Colonialismo, encuentro intergrupal y genocidio

Una de las consecuencias inmediatas de la arbitrariedad de las acciones sociales es la consecuente (re)adaptación de las miradas teóricas con las que los científicos sociales -y no solo- se aproximan al mundo y a sus agentes a medida que se producen acciones emergentes o aquellas ya conocidas cambian su contenido mostrando así su carácter procesual. Los horrores acaecidos durante la Segunda Guerra Mundial, en especial el objetivo del ejército alemán de aniquilar por completo al pueblo judío, supusieron una brecha, una interrupción, a la hora de abordar científicamente unos hechos de extrema gravedad para el ser humano. Una de las respuestas más rápidas y que, con el tiempo, ha desvelado contener un intenso poder heurístico es el concepto de “genocidio”. Definido en 1944 por Raphael Lemkin como la destrucción intencional de un grupo nacional o étnico debido a sus características identitarias particulares (en Jones, 2011:10), el “genocidio” -no sin variaciones en su contenido- fue incorporado de pleno derecho al ámbito jurídico internacional.


Según la cronología planteada por Adam Jones (2010:15:16), el interés teórico en el “genocidio” no abandonaría el marco jurídico hasta finales del siglo XX. Las aportaciones de disciplinas como la sociología y la antropología no buscaron únicamente re-significar su contenido a partir de las prácticas concretas de los agentes, sino que se advertía en el trasfondo de estas nuevas investigaciones un objetivo de carácter vital, universalista, que buscaba la prevención de nuevos eventos genocidas en el futuro.


Uno de los más encendidos debates teóricos respecto al “genocidio” es su definición y posterior aplicación a partir de la consideración de la Shoah como un evento singular, una especificidad socio-histórica que impediría cualquier ejercicio comparativo. Más allá de este primer problema -que no será abordado en el presente texto-, la definición de “genocidio” se torna en fundamental a la hora de analizar los eventos históricos. En palabras de David Moshman: “Our perception of historical events as genocides depends not only on what happened in the past, but also on how we conceptualize genocide” (en Stone, 2008:71).


Si bien puede aducirse que los cambios en la percepción de los eventos históricos es una cuestión de especial relevancia en el análisis de los eventos contemporáneos, es en la observación de eventos iniciados en el pasado, muchas veces ligados a procesos de colonialización, donde dicha problemática se despliega afectando tanto al mundo académico como a la cotidianidad en la que desarrollan su vida los agentes sociales. El presente texto busca, por tanto, situar la discusión teórica acerca en torno al “genocidio” en el marco del contacto cultural que supuso la expansión colonial de las potencias europeas a lo largo del planeta a través de tres cuestiones de carácter conflictivo: la especificidad de los pueblos indígenas, las estrategias genocidas y las hipótesis respecto a una
posible motivación o una significación detrás de las hechos ocurridos.


La especificidad indígena en torno al genocidio


Las discusiones teóricas en relación a la aniquilación y al exterminio de diversos pueblos indígenas a lo largo del espacio-tiempo se configura a partir de una intrincada red de problemas, críticas y ambigüedades aún sin resolver. A pesar de tratarse de una cuestión teórica conocida tanto en la disciplina histórica como en la antropológica, Robert Hitchcock y Thomas Koperski (2008:581) apuntan que no sería hasta finales del siglo XX cuando el genocidio de las poblaciones indígenas se convertirían en un lugar común para los académicos. Este -siempre relativo- desarrollo tardío es debido, según Hitchcock y Koperski, a tres factores: el incremento de los conflictos entre estados-nación y pueblos indígenas, el creciente interés en los derechos humanos de dichos pueblos en el contexto del quinto centenario de la llegada de Cristobal Colón al continente americano y el surgimiento de un activismo indígena a partir de 1960 que habría de enfrentar la expansión globalizadora de gobiernos, agencias internacionales y compañías privadas a lo largo del mundo (Ídem).


En el plano teórico dos son los principales problemas a afrontar. En primer lugar, como recuerdan Samuel Totten, William Parsons y Robert Hitchcok (2002), “the fact that scholars are still in the process of trying to develop a theoretically sound and, at the same time, practical definition of genocide (p.58)”. Una complicación a la que habría que sumar la propia caracterización de “pueblo indígena” -cuestión que tiene un importante desarrollo en paralelo propia cuestión del genocidio (para una dicusión ampliada véase Sobero, 1997:4-82). Caracterizado como un desafío complejo y delicado, parece existir cierto consenso en torno a la definición aportada en 1987 por el Relator Especial de las Naciones Unidas en cuestiones indígenas José Martínez Cobo que describe a las comunidades indígenas como aquellas que


having a historical continuity with pre-invasion and pre-colonial societies that developed on their territories, consider themselves distinct from other sectors of the society now prevailing in those territories, or parts of them. They form at present nondominant sectors of society and are determined to preserve, develop and transmit to future generations their ancestral territories and their ethnic identity, as the basis of their continued existence as peoples, in accordance with their own cultural patterns, social institutions and legal systems. (en Jones, 2011:105)


Definidos también como “aboriginal peoples, native people, tribal people, Fourth World peoples, or «first nations» (Totten, Parsons y Hitchcock, 2002:56), la consecuencia más inmediata de dicha definición es, según el propio Jones (2011), su inevitable vinculación con los procesos de colonización e imperialismo por parte, principalmente, de las sociedades noratlánticas así como la subordinación, aún hoy presente, de los pueblos indígenas respecto a las potenciales coloniales (p.105-106). La producción social de la categoría “indígena” queda así ligada a procesos históricos de longue durèe que tienen como epicentro el contacto intergrupal y las relaciones con la(s) Otredad(es); un encuentro que Lemkin, quizás de manera drástica y sin medias tintas, sitúa en un binomio formado de manera exclusiva por la asimilación y el genocidio (en Moses, 2010:28).


Al señalar a los procesos coloniales como un posible desencadenante de la aniquilación de diversos pueblos indígenas a lo largo del planeta es necesario tomar algo de distancia respecto a los conceptos teóricos utilizados. Una versión sintética, reduccionista, del concepto de “genocidio” muestra el proceso de destrucción de un determinado grupo social en un nperíodo corto de tiempo debido a sus propias características como una acción unitaria. Sin embargo, al tratar las violencias ejercidas contra los pueblos indígenas bajo el sistema colonial, Elazar Barkan (2003) considera que el colonialismo “econmpasses so many distinct components that an attempt to compose it all under one category will necessarily lead to either uninformed abstractions or inaccuracies, which will undermine any conclusion” (p.136).


Al desgranar el contenido de las distintas políticas coloniales, Jones advierte la existencia de tres discursos o tres ideologías que marcarían las relaciones entre las poblaciones colonizadores y los pueblos indígenas (2011:106). En primer lugar, Jones destaca una aproximación legal-utilitaria basada en el hecho -más bien la creencia- de que la incapacidad de los pueblos nativos a la hora de explotar económicamente los territorios que habitaban los negaba cualquier derecho de posesión sobre los mismos. Una segunda variante, destacada especialmente en el caso latinoamericano, justifica la invasión y la conquista de los pueblos indígenas con el objetivo de expandir la religión cristiana y salvar con ello las almas de la población nativa. En último lugar, y algo más reciente en el tiempo, cabe señalar la influencia del pensamiento científico de la época en torno a conceptos como “raza” y “civilización” y la -para algunos- inevitable sustitución de aquellos considerados como “primitivos” por aquellos otros más “avanzados”.
Hictchcok y Koperski (2008) señalan, sin embargo, que de forma contemporánea a dichas políticas coloniales se desarrollaron dos perspectivas, dos formas de encarar el encuentro con los pueblos indígenas, descritas como realista e idealista respectivamente. En el primer caso se trataba de personas dentro de los grupos colonizadores “who saw cultural change, assimilation, and disintegration of indigenous societies as inevitable”, mientras que el segundo grupo consideraba que “physical and cultural survival of indigenous peoples was not only possible but desirable” (p.588).


Dichas posiciones ideológicas se mantienen, según afirma Barkan (2003:119), a partir de la creación social de una imagen del indígena, una proyección ilusoria que inscribía a los habitantes de dichos territorios o bien como fuerzas degeneradas o bien asociados al mito del buen salvaje. Representaciones sociales del “indígena” como “«brutes», «savages», «vermin», «primitives» «nuisances» servían, en palabras de Hitchkock y Koperski (2008), de justificaciones para “actions by states an other entities such as settler organizations ranging from dispossession to extrajudicial killings and from exploitation of labour under unfair conditions to the torture and mistreatment of members of indigenous groups (p.599). Una posición compartida por Barkan (2003) que considera estas descripciones de “lo salvaje” no tanto como un testimonio fidedigno del contacto intergrupal, sino, más bien, una forma para la conquista y para justificar moral y políticamente la aplicación de cualquier tipo de política a la población indígena (p.126).
A pesar del esbozo anterior, es de notar cómo aun son muchas las posibles caracterizaciones del período colonial así como del contacto intergrupal y de los hechos calificados como “genocidio”. Jones cita entre las posibles ideologías puestas en liza a la hora de mantener el dominio sobre los territorios coloniales cuestiones como la selección natural, las afirmaciones de supuesta superioridad racial, la modernización o el desarrollo capitalista; factores que, para Richard Rubenstein (en Jones, 2011:107), pueden encontrarse, a su vez, en otros eventos genocidas en el interior de la sociedades europeas.


Antes de cerrar en vano el argumento de la especificidad del “genocidio” en relación a los pueblos indígenas, considero relevante, por sus potencialidades sugestivas y heurísticas, traer a colación las reflexiones de Pierre Clastres (1996) en torno al término “etnocidio”. A pesar de que, como criticaba Israel Charny (en David Moshman, 2008:80) el aumento terminológico podría conducir a una descentramiento respecto de los propios hechos y sus víctimas, son muchas las líneas de fuga, los puntos de tensión teórico, que se despliegan a partir de la lectura de la obra de Clastres.


Del genocidio al etnocidio capitalista


El objetivo de Clastres es ambicioso en cuanto realiza una búsqueda de la razón última que empuja a los seres humanos a la aniquilación y al exterminio de otros grupos considerados como diferentes. El primer paso será realizar una distinción entre “genocidio” y “etnocidio” a partir del objetivo de cada acción y de su fundamentación. El “genocidio” tomaría como base teórica el concepto de “raza” para la aniquilación de un grupo social determinado mientras que el etnocidio “se refiere no ya a la destrucción física de los hombres, sino a la de su cultura. El etnocidio es, pues, la destrucción sistemática de los modos de vida y de pensamiento de gentes diferentes a quienes llevan a cabo la destrucción”. (p.56)


En el desarrollo posterior de Clastres cobra relevancia la figura del Otro, de la diferencia (p.57). Siendo la Otredad considerada siempre como “perniciosa” divergen, sin embargo, las actitudes a la hora de enfrentarla. De forma parecida a Lemkin (supra), Clastre sugiere que el tratamiento de la diferencia pasa por una actitud genocida, esto es, su negación absoluta o por un comportamiento etnocida que, tal y como es comentado por Clastre, parece reflejar con claridad el concepto de asimilación: “El etnocidio, por el contrario, admite la relatividad del mal en la diferencia: los otros son malos, pero puede mejorárselos, obligándolos a transformarse hasta que, si es posible, sean idénticos al modelo que se les propone, que se les impone” (p.57)


En un proceso continuo de construcción y de-construcción, Clastres sugiere que una primera motivación para la existencia de actitudes etnocidas es la existencia de una conducta etnocéntrica . Sin embargo, el etnocentrismo como desencadenante de la aniquilación y el exterminio de la diferencia se presenta como un callejón sin salida ya que podría tratarse de un universal transcultural, ya que “Toda cultura realiza así una división de la humanidad entre ella misma, que se afirma como representación de lo humano por excelencia y los otros, que participan mínimamente de la humanidad (p.58).


El abandono de la hipótesis etnocéntrica conduce a Clastres hacia un análisis histórico de las sociedades europeas, colonizadoras y la configuración del mundo a partir de la distinción entre Salvajes y Civilizados, mundo primitivo y mundo occidental (p.60). En esta ocasión Clastres centro su atención en la figura del estado-nación y en su capacidad para poner en marcha procesos de (auto)identificación y de disolución de la Otredad en la Unidad. En una serie de rápidas correlaciones, Clastres apunta que “el etnocidio pertenece a la esencia unificadora del Estado conduce lógicamente a decir que toda formación estatal es etnocida” para, a continuación, desechar esa misma idea debido a su relativa universalidad: La violencia etnocida, como negación de la diferencia, pertenece a la esencia del Estado, tanto en los tiempos bárbaros como en las sociedades civilizadas de Occidente: toda organización estatal es etnocida, el etnocidio es el modo normal de existencia del Estado. Hay, por lo tanto, una cierta universalidad del etnocidio, por cuanto no es propio solamente de un vago “mundo blanco” indeterminado, sino de todo un conjunto de sociedades que son las sociedades con Estado. (p.62).


El siguiente y decisivo paso que realiza Clastres es fijar la singularidad de las sociedades occidentales, aquellas vinculadas a las actitudes etnocidas, a partir de su régimen de producción económico capitalista. La explicación ofrecida por Clastres se centra en la voracidad de un sistema capitalista capaz de ser , al mismo tiempo, tanto “la más formidable máquina de producir” como la “más terrible máquina de destruir” en un contexto socio-histórico en el que “todo es útil, todo debe ser utilizado, todo debe ser productivo, ganado para una productividad lleva a su máxima intensidad (p.63).


A pesar de su atractivo, la propuesta de Clastres debe ser re-examinada atentamente. En primer lugar sostengo, al igual que Barkan al hablar sobre el colonialismo (supra), que centrar la atención de manera exclusiva sobre un factor puede conllevar a una reificación o a una abstracción que aleje las conclusiones de los agentes y sus acciones sociales. Dicho desplazamiento de la agencia no solo deja en entredicho la praxis al ubicarla fuera del mundo social, sino que imposibilita el reconocimiento de culpables, de personas que puedan ser juzgadas por crímenes como genocidio y etnocidio. De forma parecida a la posición defendida por George Tinker en referencia a la historia de los nativos americanos, podría argumentarse entonces que cada miembro individual de una sociedad capitalista podría ser culpable de genocidio independientemente de su participación en dichos hechos de forma tal que

It blurs the distinction between such members and actual perpetrators so that the gency and responsibility of particular perpetrators is lessned. It further lessens particular perpetrators’ responsibility by attributing guilt based on later structural develpment. Yet it goes beyond a condemnation of the society, to attributing individual guilt to all members. This may spread guilt to widely and too thinly. (en Barkan, 2003:125)


Fijar la atención en el regímen económico capitalista supone, al menos, varios problemas ulteriores. El primero de ellos remite a la propia historicidad del capitalismo y su influencia real en determinados hechos. ¿Es posible hablar, realmente, de “capitalismo” al hacer referencia, por ejemplo, a la progresiva reducción de la población taino a partir de la conquista de la isla de La Española? (véase Jones, 2011:108-ss) ¿Cómo es posible hacer aparecer bajo una misma rúbrica las prescripciones económicas de los siglos XVI y XXI sin tener en cuenta la vastedad de cambios, diferencias y contradicciones? Aun obviando estas cuestiones, cabría recordar, junto a David Harvey (2018), que el capitalismo no ha inventado nada. De forma más precisa, Harvey señala que el capitalismo no ha inventado la guerra y que ni todas las guerras pueden ser consideradas como guerras capitalistas ni éstas desaparecerán con el fin del capitalismo (p.98). De este modo, podría entenderse que no todos los etnocidios son capitalistas iniciando a desmontar así la correlación presentada por Clastres.


La segunda dificultad se presenta bajo la forma de un círculo vicioso. Como he comentado previamente, Clastres había señalado y posteriormente abandonado a la figura política del estado-nación como causa de los etnocidios. Sin embargo, desde una perspectiva marxista de la economía política, resulta, cuanto menos, contradictorio, si no imposible, revelar la importancia del sistema económico capitalista sin tener en cuenta, a sí mismo, el peso del estado en el proceder económico. Harvey, al analizar El Manifiesto del Partido Comunista, presenta una cronología del vínculo que entre el estado y la expansión espacial del capital que partiendo de Hegel abarcaría, así mismo, las obras de Karl Marx y Friedrich Engels así como las de Lenin o Rosa Luxemburgo o el propio Harvey (2007).


Retomando El Manifiesto del Partido Comunista (1848;1999), Marx y Engels reconocen que la burguesía arrastra a todas las naciones, incluso a aquellas más bárbaras, hacia la civilización, obligándolas a adoptar el sistema económico capitalista (p.11). Dicha posición pareciera encajar con lo expuesto por Clastres, pero, sin embargo, la burguesía no habría arrastrado únicamente a otras naciones hacia su modelo de sociedad, sino que habría actuado en el seno de su propia sociedad. La pregunta, retomando la teoría de Clastres sobre el estado, ya no sería si el éste ha disuelto la Otredad en la Unidad, sino si esa Unidad se (auto)identifica con el estado o con la burguesía. A este punto, cabría preguntarse si el desarrollo capitalista, si la disolución de los distintos modos de vida previos al desarrollo y establecimiento de la burguesía, no habría producido, igualmente, etnocidios a lo largo del continente europeo de forma paralela y contemporánea a la expansión mundial del capital, restando así la singularidad que Clastres pretende otorgar al etnocidio en Latinoamérica.


A pesar de lo sugestivo de los comentarios de Clastres acerca del etnocidio, cabría pensar que al analizar la influencia del capitalismo no se preocupó tanto como en el caso del etnocentrismo y del estado a la hora de buscar fisuras y grietas en su explicación. Ya no es solo que Harvey (2018) hable de un desarrollo desigual, diverso, del capitalismo a lo largo del espacio-tiempo a partir de factires ecológicos, políticos, sociales y culturales, sino que la re-organización de las fuerzas productivas a lo largo del mundo a semejanza de la sociedad noratlántica polarizada entre burguesía y
proletariado propia de las economías capitalistas no se habría desplegado con intensidad hasta la creación de los nuevos estados-nación ligados a los procesos de descolonización a partir de la segunda mitad del siglo XX (p. 113-116).


Un último intento de mantener la relación establecida por Clastres entre el capitalismo y el etnocidio pasa por la revisión de algunas de las estrategias y acción caracterizadas en la literatura científica como “genocidas” y el objetivo manifiesto de este régimen económico de aumentar los procesos acumulación de capital. Dando por buena una versión -quizás reduccionista- de dichos a partir de la extracción de la plusvalías que surgen de los procesos de trabajo de las fuerzas vivas de producción solo queda, entonces, intentar ligar dicho contenido a los acciones más comunes fruto del contacto intergrupal en contextos coloniales y/o con pueblos indígenas.


Modos genocidas/etnocidas de encarar la Otredad


Antes de describir, brevemente, las acciones concretas que pudieran ser descritas bajos los términos “genocidio/etnocidio” es preciso incorporar la salvedad que supone la singularización del Holocausto judío a la hora de realizar cualquier ejercicio comparativo. Como algunos teóricos han hecho notar (Barkan 2003; Hitchcock y Koperski, 2008; Moshman 2010), la pretendida unicidad de la Shoah resta importancia o, incluso, invisibiliza otras acciones que han tenido como objeto la aniquilación de poblaciones enteras como pudo ser, por ejemplo, el caso de las pueblos nativos americanos.


De esta situación se desprende dos dificultades. La primera de ellas es la controversia que genera el uso del término genocidio más allá del ámbito estrictamente judío, siendo así que “From the European perspective, the language and the specificities advances by advocates of applying the term «genocide» to the indigenous context seem misplaced, exaggerated. Its use is an emotional subject. (Barkan, 2003:120-121). Un segundo aspecto crítico atiende a la supuesta intencionalidad o no detrás de muchas de las acciones cometidas en detrimento de las poblaciones indígenas y su posible definición en términos de genocidio o no (Hitchcock y Koperski, 2008:599). Como mostraré a continuación, ambas cuestiones han de analizarse de forma entrelazada.


Siguiendo a Barkan (2003), la importancia de hablar en términos de genocidio al estudiar el encuentro colonial no solo reside en solventar la exclusión y la segregación del sufrimiento de las poblaciones indígenas, sino permitiría reconocer que los procesos coloniales de explotación y sometimiento de las nuevas tierras se produjeron a partir de la destrucción de la población local (p.135) alterando así la percepción de la historia (Moshman, 2010). Observando de este modo el pasado, Jones (2011:108) ofrece un listado de acciones perpetradas por los europeos en el continente americano que “may have been the most extensive and destructive genocide ever”:


–Genocidal massacres
–biological warfare, using pathogens to which the indigenous people had no resistance
–spreading of disease via the “reduction”of Indians to denseley crowded and unhigienic settlements
–slavery and forced/indentured labor
–mass population removals to barren “reservations”
–deliberate starvation and famine, exacerbated by the destruction and occupation of the native land base and food resources
–force education of indigenous children in white-run schools, where mortality rates sometimes reached genocidal levels


Si bien, a priori, no todas estas acciones están incluidas en las definiciones más comunes de “genocidio” (véase Chalk y Jonassohn, 1990) George Tinker (en Barkan, 2003:124) afirma que no podemos limitar la definición de “genocidio” unicamente a las acciones intencionales, sino que debemos tener en cuenta las consecuencias de otras acciones en ámbitos tales como el político, económico, social y religioso. Desde su perspectiva, “the fact that Native American peoples were subjected to genocide should be self-evidente, although it was rarely articulated as policy” (Ídem).


Conclusiones


A la vista de lo anterior, cabría poner -cuanto menos- en duda la ligazón aducida por Clastres (1999) entre la expansión del capitalismo y el etnocidio de las poblaciones indígenas. La estricta correlación señalada por Clastres, la monocausalidad esgrimida, podrían no encontrarse detrás de muchas de las acciones consideradas como “genocidio”. El problema, como señalan Totten, Parsons y Hitchcock (2008), reside en una formulación más concreta del término “genocidio”. Según estos autores, “Until there is at least a general agreement as to what should and should not constitute genocide, there will continue to be a certain degree of murkiness in the field. (p.66)


Sin embargo, las posibles carencias teóricas no son óbice para no tener en cuenta las experiencias concretas de las poblaciones índigenas. A raíz de los procesos de descolonización así como el resurgimiento indígena y la expansión de los derechos humanos a nuevas categorías sociales, los procesos de colonización han dejado de ser descritos como civilizadores para pasar a ser considerados como violaciones a los derechos humanos (Jones, 2011). Según Barkan (2003) “This reformulation opens the possibilitiy that the devastation should be classified as the worst of historical crimes: genocide (p.118-119).


La cuestión indígena ligada al genocidio no es únicamente un debate teórico que atañe a la historia y su percepción. Diversas poblaciones indígenas a lo largo del planeta se encuentran, hoy día, sometidas a la presión de estados-nación, compañías transnacionales, empresas privadas e incluso individuos en relación a la propiedad de sus tierras y el acceso a los recursos materiales que en ellas se encuentran. Lejos de ser una cuestión que meramente centra su atención en el pasado, el estudio del genocidio cobra vitalidad en cuanto puede cumplir uno objetivo humanista, universalista, al intentar, a través de su análisis, la prevención ante futuras masacres, aniquilaciones o cualquier otro tipo de acción que pueda desencadenar, por una variedad de motivos, la exterminación total de los pueblos indígenas.
Bibliografía

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Clastres, Pierre
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Marx, Karl; y Engels, Friedrich,
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Moshman, David
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Sobero, Yolanda
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Totten, Samuel, Parsons, William, & Hitchcock, Robert
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