Artículo original escrito y publicado en italiano en el número especial de octubre de 2016- Il riufito della terra. Ambiente devastato e migrazioni– de la revista Il Gioco degli Specchi con el título «La belleza dei paesaggi agricoli oggi è anche merito dei migranti». (p.6) Más información en Il Gioco degli Specchi
A lo largo de nuestros paseos en entornos rurales rara vez nos damos cuenta de que aquello que admiramos no es más que el resultado de la propia acción humana. Aislados en la ciudad, cada vez mástratamos de huir, de buscar un refugio en la naturaleza. Estas incursiones no siempre nos conducen a grandes puntos referenciales como la Paganella o el lago de Tenno. Muchas veces realizamos la elección fácil de disfrutar de la naturaleza a través de los paisajes agrícolas que, de un día a otro, se muestran espectaculares y nos sorprenden, lugares en los que intentamos conectarnos de nuevo con la tierra. Pero no tantas veces nos preguntamos por el mantenimiento de estos paisajes.
La creación y la conservación del paisaje rural está relacionada con nuestra capacidad de adaptación al ambiente que nos ha permitido sobrevivir, pero también cambiar el territorio para satisfacer nuestras exigencias. La vida ha cambiado mucho desde el tiempo en el que solo éramos agricultores y ganadores hasta la actualidad. El mundo ya no es aquel que fue: revoluciones industriales, crisis económicas, el desarrollo de medios de comunicación y transporte,… sería pecar de ingenuos si creemos que los lugares de paz a los que nos retiramos no son producto, igualmente, de transformaciones, de cambios.
De la mano de la industrialización vino el abandono de los campos y la perdida de algunos cultivos tradicionales. Las ciudades inyectaron en las áreas rurales diversos avances tecnológicos, la producción intensiva llegó a la agricultura aumentando los beneficios, pero a costa de eliminar algunas huellas de nuestro patrimonio cultural y natural. El entorno rural se ha convertido en un pequeño reducto de productores de alimentos que, aún hoy, consigue mantener a flote el frenético ritmo de nuestra vida.
El capitalismo ha llevado al agotamiento de estos graneros y ha debido buscar nuevos nichos económicos fuera de nuestras fronteras nacionales, nuevos territorios son convertidos en almacenes de países que ya han abandonado la agricultura de sus planes económicos. Otro proceso abierto en la actualidad, y correlacionado con el anterior, es la explotación y agotamiento de los recursos naturales, la trasferencia de contaminación, residuos y degradación ambiental fruto de la economía desterritorializada.
La globalización ha transformado los mercados agrícolas internacionales, pero todavía nos ofrece la oportunidad de re-vitalizar la sitacuón de los campos gracias a la migración. Pocas veces pensamos en cómo el trabajo mantiene estos lugares agrícolas que tanto nos gustan y que son parte de nuestra identidad. El trabajo de los migrantes logra prolongar la existencia de los paisajes agrícolas, estos paisajes que, de una parte, nos alimentan y, de otra, constituyen una parte de lo que somos. Con la llegada de los migrantes, viejos campos vuelven a la vida. La memoria de las actividades agrícolas viene restituida gracias al trabajo de los otros.
Cuando hablamos de la conservación de los entornos naturales debemos re-considerar el rol de la migración. Si nuestro objetivo es no perder los campos de cultivo que, tradicionalmente, han vivido en nuestra región, debemos preocuparnos, igualmente, de aquellos que vienen a trabajarlos. Las preguntas que tendríamos que hacernos en el futuro no atañen tan solo al mantenimiento de la naturaleza, si no acerca de la visibilización en nuestra sociedad de las personas que desempeñan este trabajo y como incluirles en una relación de igualdad.